Colaboraciones en revistas especializadas y periódicos realizadas entre 2011 y 2019 por María Fraile Yunta, historiadora del arte y periodista cultural especializada en arte español del siglo XX

domingo, 9 de septiembre de 2012

Temible Pierrot

   El resplandor de la luna sorteaba las ramas aumentando la intensidad del blanco de su casulla, pero también logrando que las sombras creadas en cada uno de sus pliegues recreasen la ambivalencia de su alma. Con su enharinado rostro refulgente de luz y su cabeza enfundada en un gorro tan negro como los enormes botones de su traje, Pierrot vagaba silencioso por el bosque. Sin aparente rumbo y tratando de ocultarse a los ojos de la gente, Pierrot hablaba, cantaba, ¡gritaba! Había llegado su hora: había caído la noche y su apariencia cómica y agradable había tornado en lunar y misteriosa. En terrible y descarnada. Era hora de poner en marcha sus temibles intenciones.



Gritos angustiados, berridos delirantes, voces descarnadas.., todos los habitantes del bosque podían escuchar su infernal canto pero ninguno se atrevía a salir de su guarida. La expresión aterradora del mismo les paralizaba la respiración y les movía a esconderse en lo más recóndito de ésta. No era Pierrot quien cantaba. Era su alma, pues sólo el alma es capaz de emitir unos sonidos tan profundos e infernales. Es él quien pone su engranaje en marcha cuando la angustia, el miedo, la tensión y el delirio turban nuestra existencia; quien trabaja cuando el ser humano siente ese irrefrenable deseo de crear para librarse, como Pierrot, de la angustia vital a la que la represión le tiene condenado. 

La comadreja, el ratón, la liebre y todos cuantos alcanzasen a escuchar el terrible recital querían evitar a Pierrot, pero más que a Pierrot, querían evitar que aflorase el miedo que veía la luz cuando aquellos fantasmas habidos en lo más profundo de su alma se colaban en su consciencia; aquellas turbulencias que sacuden a todo ser, humano o no, cuando descubre que lo familiar se ha hecho extraño, que lo más recóndito y oscuro de su existencia se apodera de su apariencia más afable e inocente; que lo siniestro, en definitiva, no es sólo una categoría acuñada por Freud, sino una realidad adherida a nuestro yo más íntimo que las obras engendradas dentro del Expresionismo hacen cobrar vida. 

Edward Munch, "El Grito·, 1893.

'Pierrot Lunaire' es una de ellas. A medio camino entre el habla, el canto y el grito, a través del Sprechgesang, Arnold Schöenberg compuso una obra en la que la atonalidad, la distorsión y la violencia de la melodía fuese capaz de expresar el patetismo, la desesperanza y el desasosiego emanado de lo más profundo del alma de la sociedad que la vio nacer... ¿Angustiada? ¿Temblorosa? ¿Negativa? Corría el año 1912. En dos años estallaría la Gran Guerra y ya nada podría ser igual. El drama se apoderaría no sólo de aquellos civiles revueltos entre el lodo de las trincheras dos años más tarde, sino también de aquellos nacidos para contar al mundo lo que acontecía y lo que estaba por acontecer.

Algunos, como Schöenberg, lo harían traduciendo su lectura en distorsionados sonidos, y otros, como Wassily Kandinsky o Paul Klee, dibujando su forma con los pinceles, pero todos participando de ese carácter profético y visionario que intuía los horrores que estaban por llegar. “Todo eran preparativos de guerra”, “a lo lejos se escuchaba el estrepitoso avance de los Jinetes del Apocalipsis” diría Franz Marc al rememorar aquella época... De nada servía ya  la tonalidad. Tampoco la figuración. Schöenberg puso sonido a los cuadros de Kandinsky y Kandinsky puso color a las notas de Schöenberg, pero ya no era posible hacerlo con el lenguaje de antaño. Sólo con un lenguaje nuevo se podía hablar de algo nuevo y, además, aún ininteligible.

Wassily Kandinsky, 1911.

Perteneciente a la Segunda Escuela de Viena, Schöenberg había formado parte de Der Blaue Reiter, grupo de artistas surgido en Munich en torno al que pintores, músicos y literatos se codeaban entre sí en pro de un mismo pálpito: el ser humano estaba en crisis, el mundo estaba en peligro y el arte, la música y la pintura no podían eludir su cometido: expresar el calambre que corría por el alma de aquellos cuya gestalt se manifestaba de una forma más virtuosa y era capaz de manifestar el sentimiento más hondo del hombre del momento.                          
                                                
Círculos infernales... Agujeros abiertos a la realidad mundana a través de los que atisbar otros mundos... Horizontes mágicos, apotrofaicos y amenazadores... Miradas destructivas, equívocas y ambiguas que observan sin ser observadas... Máscaras en las que lo visible se torna invisible y lo invisible visible... Fuerzas malignas... Carruseles que giran  y giran hasta hacer entrar en un estado alucinatorio... Atmósferas mágicas, ardientes y peligrosas... Chamanes que giran al son de sus canturreos y arlequines de poco fiar que danzan al ritmo de la muerte... Fogonazos coloreados, fosfenos centelleantes, figuras geométricas... Puntas afiladas, luminosas y palpitantes... Líneas quebradas... Sonidos agudos, chirriantes y depravados.., nos remiten a horizontes habitados por fuerzas ambivalentes y destructivas a cuya estela podemos subirnos para adentrarnos en lo más íntimo, irreductible e inconfesable de nuestra propia existencia y, por qué no, redimirla de sus propios males.

'Pierrot Lunaire' es una de esas estelas. Schöenberg lo logró.


PUBLICADO EN "FANZINERADAR.ES

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